El triple síndrome
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Ha vuelto a pasar. Cuando nadie esperaba que se repitiera tan pronto un numerito como el de los 5 diputados UDI que aprobaron la píldora del día después, ahora, un senador del mismo partido propone la regulación legal de todas las uniones de hecho, incluyendo las de homosexuales.
Inspirado por Allamand, Chadwick se suma a la iniciativa y en conjunto lanzan el papelito a la prensa, como si de regulación del alcantarillado se tratara. Y, más encima, cuando se les reprocha su actitud, el primero -siempre tan dialogante- usa conceptos tan creativos y sutiles como "fundamentalistas" y "de mala fe" para referirse a los defensores del matrimonio.
El análisis de fondo del error de ambos senadores estará a cargo de los especialistas. Por eso, las consideraciones siguientes sólo se refieren a tres aspectos que se repiten una y otra vez en estas bobadas.
Primero, la frivolidad. Seguros de entenderlo todo sobre la naturaleza humana y sobre las relaciones sociales, los senadores hablan del tema como si contaran con el Nobel en la materia. Pero a no extrañarse, político viejo busca siempre cómo parecer joven. Y nada mejor que romper esquemas, con la frescura (léase en ambos sentidos) de una frívola juvenilidad.
Segundo, la desconfianza. La de esta buena gente siempre recae sobre los expertos que les previenen de los riesgos de sus aventuras legislativas, mientras que habitualmente aceptan -con cara de consenso imprescindible- las más locas teorías que les sugieren justamenteŠ nuestros adversarios.
Tercero, la demagogia. Porque invocan para estas sandeces a la diosa realidad, como si nunca hubieran sabido cuánto hay en ella de maldad, de error, de crisis, de muerte. Lo saben, pero qué bien suena mostrar millones de dramas, si se olvida que hay muchos remedios peores que la enfermedad.
Y Piñera, de nuevo, junta también las tres condiciones y dice amén. Y así se anula.
Inspirado por Allamand, Chadwick se suma a la iniciativa y en conjunto lanzan el papelito a la prensa, como si de regulación del alcantarillado se tratara. Y, más encima, cuando se les reprocha su actitud, el primero -siempre tan dialogante- usa conceptos tan creativos y sutiles como "fundamentalistas" y "de mala fe" para referirse a los defensores del matrimonio.
El análisis de fondo del error de ambos senadores estará a cargo de los especialistas. Por eso, las consideraciones siguientes sólo se refieren a tres aspectos que se repiten una y otra vez en estas bobadas.
Primero, la frivolidad. Seguros de entenderlo todo sobre la naturaleza humana y sobre las relaciones sociales, los senadores hablan del tema como si contaran con el Nobel en la materia. Pero a no extrañarse, político viejo busca siempre cómo parecer joven. Y nada mejor que romper esquemas, con la frescura (léase en ambos sentidos) de una frívola juvenilidad.
Segundo, la desconfianza. La de esta buena gente siempre recae sobre los expertos que les previenen de los riesgos de sus aventuras legislativas, mientras que habitualmente aceptan -con cara de consenso imprescindible- las más locas teorías que les sugieren justamenteŠ nuestros adversarios.
Tercero, la demagogia. Porque invocan para estas sandeces a la diosa realidad, como si nunca hubieran sabido cuánto hay en ella de maldad, de error, de crisis, de muerte. Lo saben, pero qué bien suena mostrar millones de dramas, si se olvida que hay muchos remedios peores que la enfermedad.
Y Piñera, de nuevo, junta también las tres condiciones y dice amén. Y así se anula.
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