Nuestra propia guerra civil
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Esta semana se conmemoran los 150 años del comienzo de la Guerra civil en los Estados Unidos. Les costó unos 600 mil muertos.
Dentro de pocos meses -el 18 de julio próximo- se cumpliran los 75 del inicio de la Guerra civil en España. Las cifras se ajustan a la baja en los últimos años, pero es probable que haya habido tambiénŠ 600 mil muertos.
Nuestro propio drama nacional entera 50 años. Sí, esa Guerra civil que estalló de manera áspera en las ciudades y en los campos de Chile a finales de los 60 y que alcanzó su climax a comienzos de los 70, venía incubándose desde mediados de la presidencia de Jorge Alessandri.
La democracia Cristiana había encontrado su definitivo mesianismo: cambiar el orden social chileno de modo revolucionario, aunque en libertad, decían.
Los partidos marxistas habían decidido ir a fondo con su revolución violenta y lo declararían abiertamente en el transcurso de la década. El Ché proponía diez, cien Vietnams en América. Uno debía ser Chile
Las Fuerzas Armadas eran sistemáticamente desprestigiadas y desarmadas, para prevenir toda defensa del orden democrático, pero eso mismo las hacía tomar creciente conciencia del peligro.
La lúcida sentencia de Jorge Prat -en el futuro de Chile sólo veía a los comunistas o a los militares- comenzaba a meterse en el día a día.
Los civiles -hombres y mujeres de trabajo- contemplaban incrédulos la destrucción de su normal vida diaria. Y reaccionaron cuando el proyecto de la DC colapsó, cuando la iniciativa de la UP se entronizó, cuando las Fuerzas Armadas parecían cada día más distantes o impotentes.
Y hubo guerra civil. Civiles contra civiles, en todas partes: universidades, fábricas, comercio, transporte, colegios, barrios, campos, mundo profesional, calles y caminosŠ Perfectamente podría haber escalado hasta los 600 mil muertos.
¿Por qué no? Porque las Fuerzas Armadas, reserva última, permanecieron unidas y terminaron lo que los civiles comenzaron.
Y hubo 3.500 muertos, 4 mil quizás durante todo el proceso 1961-1991.
Doloroso, sin duda; injusto en algunos casos, pero decisivo y proporcionado.
Gonzalo Rojas Sánchez
Dentro de pocos meses -el 18 de julio próximo- se cumpliran los 75 del inicio de la Guerra civil en España. Las cifras se ajustan a la baja en los últimos años, pero es probable que haya habido tambiénŠ 600 mil muertos.
Nuestro propio drama nacional entera 50 años. Sí, esa Guerra civil que estalló de manera áspera en las ciudades y en los campos de Chile a finales de los 60 y que alcanzó su climax a comienzos de los 70, venía incubándose desde mediados de la presidencia de Jorge Alessandri.
La democracia Cristiana había encontrado su definitivo mesianismo: cambiar el orden social chileno de modo revolucionario, aunque en libertad, decían.
Los partidos marxistas habían decidido ir a fondo con su revolución violenta y lo declararían abiertamente en el transcurso de la década. El Ché proponía diez, cien Vietnams en América. Uno debía ser Chile
Las Fuerzas Armadas eran sistemáticamente desprestigiadas y desarmadas, para prevenir toda defensa del orden democrático, pero eso mismo las hacía tomar creciente conciencia del peligro.
La lúcida sentencia de Jorge Prat -en el futuro de Chile sólo veía a los comunistas o a los militares- comenzaba a meterse en el día a día.
Los civiles -hombres y mujeres de trabajo- contemplaban incrédulos la destrucción de su normal vida diaria. Y reaccionaron cuando el proyecto de la DC colapsó, cuando la iniciativa de la UP se entronizó, cuando las Fuerzas Armadas parecían cada día más distantes o impotentes.
Y hubo guerra civil. Civiles contra civiles, en todas partes: universidades, fábricas, comercio, transporte, colegios, barrios, campos, mundo profesional, calles y caminosŠ Perfectamente podría haber escalado hasta los 600 mil muertos.
¿Por qué no? Porque las Fuerzas Armadas, reserva última, permanecieron unidas y terminaron lo que los civiles comenzaron.
Y hubo 3.500 muertos, 4 mil quizás durante todo el proceso 1961-1991.
Doloroso, sin duda; injusto en algunos casos, pero decisivo y proporcionado.
Gonzalo Rojas Sánchez
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