El lamento no basta

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Son muchos los que se han tomado la cabeza a dos manos en estos días recientes y se han preguntado: ¿y ahora por quién podemos votar?
Usted verá, buen señor; haga lo que en conciencia estime conveniente, buena señora. Pero a no olvidarse de una cosa importante (o quizás, a pensarla por vez primera, los más jóvenes): con el voto se elige a unas pocas personas para que manden o representen, pero no se agota ahí la tarea del ciudadano en la vida social.
Por importantes que sean los comicios, por significativa que resulte cada rayita junto al candidato (o varias, si usted anula), lo más importante que se espera de quienes sufren y se enojan con las claudicaciones de tantos políticos, es que trasladen esas energías algo estériles hacia tareas públicas de relevancia proporcional.
Ojalá pudiéramos decir, imitando a Jaime Guzmán, que votamos diez y cien veces al día, porque empujamos nuestras convicciones en Colegios profesionales y en clubes deportivos; en asociaciones empresariales y en centros de alumnos; en ONG solidarias y en centros culturales; en partidos políticos y en emprendimientos de comunicaciones; en sindicatos y en universidades, institutos y colegios.
El problema es que aquella frustración electoral suele llevar aparejada una pasividad grande en las tareas de acción social efectiva. Y se oye esa lamentable cantinela: "Total, mientras esté la Concertación, ellos lo controlan todo y por lo tanto, nada se puede hacer." Pero eso es tan falso, egoísta e inconsecuente como quien abandona a los más débiles, a los nonatos, porque aún no son electores.
Al revés: mientras mayor sea la perplejidad electoral, más fuerte ha de ser la determinación social.
A no desesperar, por lo tanto y a preguntarse más bien: Yo, ¿a través de qué organizaciones sociales estoy influyendo? ¿Qué espacio logro llenar con mi actividad? ¿Está en paz mi conciencia -así como debe estar muy revuelta la de otros- en materias de participación social concreta?