Esa creciente fealdad

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El metro de las 8 de la mañana es un espanto. Decenas, cientos de jóvenes exhiben -otoño, invierno y primavera- sus aspectos más descuidados (o sutilmente desarreglados).

Uno confesaba que lleva 7 años sin peinarse; sí: 7 años, o sea desde algo así como segundo medio. Cuántas veces a la semana se duchan, es otro tema, pero dícese por ahí que hay algunos que sólo día por medioŠ Muchas caras están manchadas con esas pelusillas de un par de semanas que se parecen a una barba tanto como el gatito Misifús a un puma.

En las muñecas acumulan numerosas cintitas de cuanta actividad han hecho (ojalá se correspondan con certificaciones futuras) y muestran aritos varios que perforan casi todo lo visible.

Las camisas y poleras suman varias capas; a veces los pantalones se sujetan a mitad de los gluteos; las zapatillas acumulan miles de kilómetros de uso y la mochila es de marca, pero debe estar rota y llena de costuras.

De las bellas doncellas, no comments.

¿Porqué tanta fealdad? No hay mayor misterio y sí hay vías de solución.

En primer lugar, el egoísmo. Así razonan: me importó yo y me importan las que se encandilan con este aspecto de Raskolnikov de pacotilla. En segundo lugar, la comodidad: limpiarse, mostrarse armónico, toma plata y tiempo. Una tercera razón es la tendencia rupturista: piensan que aunque hay cien mil tipos igualmente desaseados, hay dos millones subyugados por las formalidades. Pero, sobre todo, el desorden interior: vidas con erróneas jerarquías y desajustes del alma, que se reflejan en el caos y la fealdad exterior. ¿Siempre es así? No, pero muy frecuentemente sí.

Sólo si se intenta sacarlos del egoísmo, la comodidad, el rupturismo y la anarquía habrá algo más de belleza y respeto por las formas que agradan y alegran.