Ágape, escritura y correcciones

Posted by Blogger on 9:25 AM
Acaba de terminar el ágape. Cuarenta alumnos universitarios y su profesor se han juntado a almorzar con pan y queso, acompañados de una copita de tinto de buena relación precio-calidad (o sea, tomable, pero bien barato).
    Un trío de alumnas cantantes ha salido a escena, tal como sucede desde hace casi 20 años en el curso Pensadores del siglo XX, que se imparte en la P. Universidad Católica de Chile.
    Las melodías han interrumpido la lectura en voz alta de una docena de los más notables ensayos presentados en el curso, escogidos de entre los más de 57 mil que han escrito los casi 4.300 alumnos que han inscrito la asignatura desde 1993.
  Hay joyitas, hay joyas; incluso, uno que otro milagro. De estos últimos, tres fueron premiados hace años con nota 8, hasta el punto que la alumna en cuestión  -hoy profesora invitada a una de las sesiones del ramo-   obtuvo promedio final 7.1Š
     Pero para que aparezcan esos diamantes, hacen falta tres cosas de parte de los profesores universitarios: hay que hacer escribir, hay que corregir personalmente y hay que dar a conocer los mejores, para mostrar modelos.
     La estadística no está, pero me la juego: ni en el 10% de los cursos de Humanidades y Ciencias sociales que se imparten en las universidades chilenas se obliga a los alumnos a escribir. Si el porcentaje se lleva al total de cursos incluyendo Ciencias y Artes, imaginemos el penoso porcentaje.
    El dato no existe, pero me la juego: ni el 10% de los profesores universitarios está dispuesto a corregir escritos de sus alumnos. Para eso están los ayudantitos, piensan.
     Carecemos de la información, pero me la juego: ni el 10% de los ramos tiene sentido de la continuidad histórica de una generación a otra, mediante instancias de emulación.
     Calidad de la enseñanza, musa, diosa o virgen que recibes veneración tan etérea: pídele a tus fieles más maduros que hagan escribir, que corrijan y que muestren los excelentes resultados que pueden obtenerse.
        Y el ágape vendrá después.

Gonzalo Rojas Sánchez