¿Por qué a Jaime Guzmán?

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En los incidentes del Campus Oriente hay claramente dos dimensiones. La primera, ciertamente, es moral. Ya el mismo día en que enterrábamos a Jaime, al pasar frente a la Universidad de la República, oímos ese grito: "¡Asesinos!", nos dijeron, a pesar de que acompañábamos a su última morada a un hombre pacífico como pocos.

En estos 20 años, múltiples reportajes, entrevistas, columnas, posteos y panfletos han reproducido esa actitud de duro rechazo a la persona de Jaime. Por eso mismo, su tumba ha sido maltratada; el memorial que custodia algunos de sus recuerdos, atacado por una bomba; sus amigos y discípulos, insultados en diversas circunstancias, muy particularmente, en esta última. Dilo primero de palabra, otros ya lo harán de obra.

Poco más de un año antes de caer abatido, el propio Guzmán, consultado por la posibilidad de ser un hombre odiado, respondió con dramática sinceridad: "Los sectores que se califican de izquierda me odian de una manera muy virulenta y especial; me atrevería a decir que estoy entre las personas más odiadas por los sectores marxistas de Chile".

¿Por qué? Es probable -qué difícil es asegurarlo, por lo insondable del alma humana- que el modo en que tratan a su persona y a su obra sea justamente una consecuencia de la manera en que el propio Guzmán reaccionaba frente a ese odio: enseñó siempre que a la violencia se responde con la prudencia y con el derecho; que no hay enemigos, sino sólo rivales o adversarios. Y es justamente esa noble enseñanza la que saca muchas ronchas; genera más y más animadversión en quienes no están dispuestos a dialogar ni a perdonar. Nada hace pensar que esa actitud cesará durante las próximas décadas y, por eso, habrá que aprender a convivir con ella, respondiendo siempre pacíficamente.
 
Pero, además, Jaime Guzmán fue un hombre de la Universidad Católica. Por eso mismo, es probable que su actual rector haya querido reaccionar con un estilo análogo al que el propio Jaime usaba: con la prudencia y con el derecho, que es lo característico de la vida universitaria, segunda dimensión implicada en los incidentes. Porque lo más fácil habría sido responder a la violencia con la fuerza, dejando a los de Guzmán y a la universidad como victimarios de unos jóvenes supuestamente idealistas.

Por el contrario, ahora se va a responder a la violencia con el derecho, después de haberse usado la prudencia. La universidad procederá del modo éticamente correcto, usando aquel método del que sus asesinos privaron a Jaime, aquel rito del que los alumnos vociferantes se sintieron dispensados: un diálogo racional.
 
Procede un sumario, para saber si los jóvenes justifican su comportamiento como una acción de arte o lo explican políticamente; procede un sumario, para conocer cuáles son los liderazgos violentos que superaron a quienes pretenden conducir gracias a la legitimidad del voto; procede un sumario que les permita después a las autoridades replantearse si una Universidad Católica está obligada a enseñar las artes y las humanidades de cualquier modo, o legítimamente puede pedirles a quienes las cohonestan como fórmulas revolucionarias que se busquen otro ámbito donde hacerlo, que de esos hay varios en Chile dispuestos a darles acogida.

Si todo se hace bien, si el respaldo unánime del Consejo Superior al rector para que se investigue a fondo y se encuentre y castigue a los responsables llega a concretarse, Jaime Guzmán habrá vuelto a enseñar, ya que sólo de ese modo, con la prudencia y el derecho -unidos a una imprescindible fortaleza-, se puede gobernar una institución y educar a la juventud.

Y se habrá hecho, de paso, un buen ensayo general para todo lo que nos espera el año próximo.