Restaurar
Posted by Blogger on 11:31 AM
Mientras no sean las leyes ni las políticas las que logren expresar una visión cristiana de la persona, al menos debe haber un conjunto de relaciones que expresen y expandan aquella mirada.
No se debe esperar a que los parlamentos corrijan la vida; es la vida la que debe dar señales a los parlamentos sobre cómo hacer las leyes.
La vida, las relaciones.
Ante todo, la relación padre-hijo. Tiempo, afecto y exigencia la deben caracterizar.
Tiempo de los padres para sus hijos, en una doble dimensión: estar y hacer. Bastará muchas veces un simple "volver a estar más horas en la casa", hoy tan poco practicado; pero será necesario también un hacer más cosas en conjunto: las tareas, el cultivar un hobby común, la enseñanza de un idioma con el que se habla a duo, esa salida a comer solos una vez al mes, el paseo campestre padre-hijo o madre-hija, la petición de ayuda para un arreglo en la casa, un simpático "explícame tu música", el deporte de salón o de aventura, el cuento que te leí. Tiempo compartido.
Tiempo en el que se reforzarán los afectos, porque sólo en el conocimiento del hijo puede encontrarse la fuente del amor práctico. Lo otro, el vínculo meramente sanguíneo, no basta. Afecto para oírlo, para ponderar sus defectos y virtudes, para comprender sus fracasos, para descubrir y amar su vocación.
Y de los afectos brota la exigencia. Porque en la relación padre-hijo -una vez restaurada en toda su grandeza- fluye la obligación del padre, de la madre, de facilitar en los hijos el camino al cielo, la vida de Cristo. Se volverá entonces a hablar claro, sin temor a herir, con respeto a la libertad según las edades, sin temor a ser rechazados. Será una exigencia ejercida en calidad de administradores, no de dueños, en calidad de colaboradores de Dios, no de propietarios de almas. Se exigirá porque para ambas partes -padres e hijos- exigir es amar y ser amado.
No se debe esperar a que los parlamentos corrijan la vida; es la vida la que debe dar señales a los parlamentos sobre cómo hacer las leyes.
La vida, las relaciones.
Ante todo, la relación padre-hijo. Tiempo, afecto y exigencia la deben caracterizar.
Tiempo de los padres para sus hijos, en una doble dimensión: estar y hacer. Bastará muchas veces un simple "volver a estar más horas en la casa", hoy tan poco practicado; pero será necesario también un hacer más cosas en conjunto: las tareas, el cultivar un hobby común, la enseñanza de un idioma con el que se habla a duo, esa salida a comer solos una vez al mes, el paseo campestre padre-hijo o madre-hija, la petición de ayuda para un arreglo en la casa, un simpático "explícame tu música", el deporte de salón o de aventura, el cuento que te leí. Tiempo compartido.
Tiempo en el que se reforzarán los afectos, porque sólo en el conocimiento del hijo puede encontrarse la fuente del amor práctico. Lo otro, el vínculo meramente sanguíneo, no basta. Afecto para oírlo, para ponderar sus defectos y virtudes, para comprender sus fracasos, para descubrir y amar su vocación.
Y de los afectos brota la exigencia. Porque en la relación padre-hijo -una vez restaurada en toda su grandeza- fluye la obligación del padre, de la madre, de facilitar en los hijos el camino al cielo, la vida de Cristo. Se volverá entonces a hablar claro, sin temor a herir, con respeto a la libertad según las edades, sin temor a ser rechazados. Será una exigencia ejercida en calidad de administradores, no de dueños, en calidad de colaboradores de Dios, no de propietarios de almas. Se exigirá porque para ambas partes -padres e hijos- exigir es amar y ser amado.
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