De la amistad a la vecindad
Posted by Blogger on 6:30 AM
Si se recupera la verdadera amistad, eso ayudará a mirar para el lado, a considerar al vecino como un posible amigo.
En efecto, las relaciones vecino-vecino serán decisivas para el futuro de la vida cristiana. La casa de cada uno no será sólo la formada por las cuatro paredes, sino que se irá extendiendo a la manzana, al barrio, al pueblo entero y a la ciudad completa, al país y a la humanidad, por círculos concéntricos apoyados unos sobre otros.
Para eso, los vecinos deben practicar de nuevo dos actitudes sencillas pero muy eficaces.
En primer lugar, la ayuda mutua en la seguridad de sus casas; por una parte, en las rutinas de la vida diaria (lo que implica un interés y un conocimiento de los procedimientos habituales del vecino) y por otra, en el ofrecimiento para vigilar extraordinariamente en casos de ausencia. Un bien tan debiltado como es la seguridad, puede ser el vínculo que refortalezca las confianzas entre vecinos.
Y, en segundo lugar, colaborar entre varios para el mejoramiento de los bienes comunes: veredas, jardines, plazas, alumbrado, señalización. Esa mentalidad por la cual todo debe esperarse de la municipalidad, puede ser gradualmente superada con la colaboración fecunda de dos, tres, cuatro vecinos -para comenzar, no hacen falta más- que conversan sus problemas comunes y les buscan imaginativas soluciones. Y también por cierto, cuando se puede, ponen el hombro y el bolsillo.
Nada de raro sería que a partir del mejoramiento de esta relación vecinal -tan propia de la fraternidad cristiana- puedan surgir y consolidarse verdaderas amistades, justamente de ésas de las que hemos hablado antes. Y tampoco sería extraño que el barrio se convierta en una escuela de servicio que lleve a descubrir la necesidad de dedicarse profesionalmente a la atención de los demás, en la administración del Estado o en el mundo municipal.
Gonzalo Rojas Sánchez
En efecto, las relaciones vecino-vecino serán decisivas para el futuro de la vida cristiana. La casa de cada uno no será sólo la formada por las cuatro paredes, sino que se irá extendiendo a la manzana, al barrio, al pueblo entero y a la ciudad completa, al país y a la humanidad, por círculos concéntricos apoyados unos sobre otros.
Para eso, los vecinos deben practicar de nuevo dos actitudes sencillas pero muy eficaces.
En primer lugar, la ayuda mutua en la seguridad de sus casas; por una parte, en las rutinas de la vida diaria (lo que implica un interés y un conocimiento de los procedimientos habituales del vecino) y por otra, en el ofrecimiento para vigilar extraordinariamente en casos de ausencia. Un bien tan debiltado como es la seguridad, puede ser el vínculo que refortalezca las confianzas entre vecinos.
Y, en segundo lugar, colaborar entre varios para el mejoramiento de los bienes comunes: veredas, jardines, plazas, alumbrado, señalización. Esa mentalidad por la cual todo debe esperarse de la municipalidad, puede ser gradualmente superada con la colaboración fecunda de dos, tres, cuatro vecinos -para comenzar, no hacen falta más- que conversan sus problemas comunes y les buscan imaginativas soluciones. Y también por cierto, cuando se puede, ponen el hombro y el bolsillo.
Nada de raro sería que a partir del mejoramiento de esta relación vecinal -tan propia de la fraternidad cristiana- puedan surgir y consolidarse verdaderas amistades, justamente de ésas de las que hemos hablado antes. Y tampoco sería extraño que el barrio se convierta en una escuela de servicio que lleve a descubrir la necesidad de dedicarse profesionalmente a la atención de los demás, en la administración del Estado o en el mundo municipal.
Gonzalo Rojas Sánchez
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