Esta vida y la Otra.

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Habitualmente fríos en el trato, así somos los chilenos. Pero cuando el dolor se asoma a la puerta de al lado, cuando invade las vidas de nueve familias, de dos colegios, de la Iglesia en Santiago, de los compatriotas todosŠ entonces el afecto aparece como primer bálsamo.
Y así ha sido, como una incipiente primavera, en estos días finales del invierno. Desde el primer momento, desde esas llamadas telefónicas dramáticas para comunicar la increíble noticia hasta hoy, cuando ya comienzan a reposar las sensaciones, han sido cientos de miles los gestos de afecto humano que se han volcado en los que sufren lo indecible.
¿Cuánto nos durará? Porque una primera lección de estas jornadas consiste en recordarnos que de esos afectos debemos regalarnos en el día a día, con generosidad, sea cual sea nuestra posición en la vida, o nuestros pensamientos, o nuestros intereses. Que no hace falta un ³ayudándote a sentir², que basta un ³compartiendo tu vivir,² para dar ese afecto que al comunicarse, en vez de perderse, se multiplica.
El cariño se ha perfeccionado, además, con la fe y con la esperanza. Esas palabras serenas, esos gestos de aceptación de la voluntad de Dios, ese amor manifiesto a su Cruz, no han sido una bofetada sino un susurro en la conciencia de Chile: mira país, si abandonas la fe, te quedas sin esperanza, se te hacen insufribles los dolores, y la vida, ya lo dijeron otros, será para ti una pasión inútil.
Hombres y mujeres de fe, hombres y mujeres con defectos y debilidades, pero que han acudido a Dios, su Padre, para llorar con Él, sin rebeldías, y así contestarse, desde Él, los porqué de una dramática tarde de viernes. Sin rebeldías, porque desde que vieron nacer y crecer a sus hijas y hermanas, a sus sobrinas y nietas, sabían que el don de la vida, el regalo de esas existencias, era muy frágil. Dignísimo, pero muy débil. Habrán recordado esos cuerpecitos de niñas recién nacidas y habrán dado gracias, en virtud de su fe, por los 16 años que disfrutaron de ellas, a pesar de tanta y tan evidente debilidad corporal.
Ahora, a esas nueve familias les resultará de gran ayuda la múltiple variedad de sus miembros. Cada uno de sus integrantes -desde los 14 ó 15 de algunas hasta los 4 ó 5 de otras- tiene por delante la tarea de compensación del irreemplazable espacio vacío. En cada hijo, en cada hija, encontrarán los padres los gestos, las miradas, las palabras de la ausente; en cada consejo, en cada petición, deberán reconocer los hijos la misma tarea que ese padre o esa madre estarían realizando con su querida hermana.
Esta vida es para eso. La Otra, ya es de ellas.