Voto yo, para que votes tú.

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Viva lo local. Sí, un conservador se alegra siempre de que las pequeñas comunidades decidan buena parte de sus destinos, tal como lo ha hecho Vitacura en estos días. Puede gustarle o no el resultado; puede entender o no de la materia en discusión (en este caso, ignorancia casi total por parte del columnista). Pero siempre se alegrará de una votación de pocos miles sobre asuntos muy concretos y cercanos.

Viva lo global. Sí, un liberal progresista se alegrará siempre de las enormes masas que acuden a esas elecciones en que millones escojen entre 3 ó 4 candidatos; y entonces, al ganador, parecen haberlo ungido de poderes divinos, por la misma fuerza arrolladora de los millones que han participado.

Los conservadores recelamos de las grandes elecciones; los liberales de las pequeñas votaciones. A nosotros nos gusta lo pequeño, porque está mucho más cerca de lo personal; a ellos les fascina lo grande, porque se convalida con lo divino.

Nosotros, en lo pequeño, queremos reconocer la voluntad de Dios: los hice uno a uno, hombre y mujer los hice. Ellos, en lo grande, quieren hacerse como dioses: planificadores de la totalidad, dispensadores de la felicidad, niveladores de la distinción.

¿Quién está más cerca de garantizar lo propiamente humano? ¿El que invoca los deberes y derechos de la persona individualizada o el que enzalsa y estimula los grandes números de las masas anónimas?

En ningún campo puede responderse mejor esta pregunta que en aquellas materias en que está en juego el elector mismo. El conservador dirá, por cercanía con lo pequeño, que nadie, nunca jamás, puede ser legítimamente privado del derecho al "Existo, luego voto". Para el liberal, en cambio, la mirada general y abstracta lo llevará siempre a defender el "Los que votamos decidimos quiénen pueden existir."

En ese plano hay que situar, dramáticamente, toda discusión sobre el aborto en una democracia.
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