Derecha: en el fondo

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Miércoles 08 de febrero de 2012

Cuando afloran disensiones tan fuertes entre los dos partidos de la derecha chilena, parece que el problema fuera sólo de directivas, de estilos, de personalidades, de confianzas humanas.

Algo de esa sucia espumita hay, pero no es lo que se encuentra realmente en el fondo marino. No querer profundizar, en todo caso, es lo típico de los derechistas nacionales, a quienes en su inmensa mayoría les basta quejarse con un "Ya se están peleando de nuevo: córtenla". Así se colocan en el limbo del bien, aquietan su conciencia y acallan todo el esfuerzo que implican los análisis. Y además, como estamos en verano...

La exploración por las profundidades permite sacar a la superficie carencias y defectos que, al no ser comentados, dejan de ser estudiados y abordados. Y hay que hacerlo, aunque se encuentre chatarra vieja y oxidada.

En primer lugar, aparece la debilidad doctrinal. Pocos derechistas conocen hoy en Chile el decálogo de las convicciones que sus electores sí conservan en el trasfondo, esas ideas madre que llevan a un ciudadano a votar UDI o RN. Algunos políticos que las tenían claras parecen querer olvidarlas; otros las han aguado con aportes provenientes de la vereda contraria; no faltan los topos que sostienen que no se necesitan los principios, que sólo basta la praxis. Buenos marxistas de derecha.

No puede extrañar, entonces, tamaña confusión entre liberales de varios tipos y conservadores de diversas familias, conviviendo todos mezclados en los dos partidos, cuando el esfuerzo debiera dirigirse a purificar la situación y tener una colectividad auténticamente liberal y otra seriamente conservadora.

Quizás esto se explica por una segunda carencia: el débil vínculo de la derecha con sus intelectuales. Esos molestosos de la autocrítica no son bienvenidos en el sector, el que experimenta mucho mayor gratificación analizando informes técnicos de sus centros de estudio que leyendo los pinchazos de sus avispas. Gonzalo Vial lo experimentó muy bien.

Eso explica una tercera deficiencia: la casi mínima presencia de derechistas en los medios de comunicación. Columnistas a cuentagotas, panelistas ausentes (Tolerancia Cero) o cambiantes (Estado Nacional), debatientes siempre en disparidad numérica, entrevistados generalmente bajo acoso o con minutos limitadísimos. Y, que se sepa, los dirigentes de la derecha casi no se quejan de esas asimetrías.

Como cuarto problema, una débil estructura formativa de militantes y juventudes. Para los nuevos adultos enrolados en los partidos de derecha, la varilla está a un metro 50: no cuesta nada comenzar a militar y, una vez dentro, el objetivo es darles pronto trabajo electoral. ¿Formación? No, como es lenta y costosa, no compensa. Y para las juventudes, los planes de formación -que sí los hay en ambas colectividades- son todavía amateurs , a pulso, casi sin financiamiento, incluso a veces despreciados por sesudos dirigentes, hombres duchos en la praxis.

Y, para rematar, la ambigüedad de sus relaciones con los empresarios: los enormes, los grandes, los medianos y los pequeños, todos los emprendedores viven en el continuo desconcierto sobre las actitudes de la derecha. A Lagos lo amaban.

En este mar de fondo, ¿qué tiene de extraño que de cuando en cuando aparezcan los berrinches de unos u otros por el inesperado comportamiento de sus socios? Son las ocasiones en que ha primado el pragmatismo, porque hay una negociación parlamentaria, o por un cambio ministerial o por las eventuales primarias del sector.

Pero esas batallas no pasan de ser mugrecitas de superficie, comparadas con la vieja chatarra que se aloja allá, en el fondo, bien al fondo. 
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