Una gran Convención

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El 16 de diciembre es un punto de partida en Chile. Si los defensores de una sociedad libre y responsable comprueban la noche anterior que no se pudo, la única pregunta válida es cómo se va a poder hacia adelante. Muchos volverán a mirar hacia atrás para saber qué falló. Pero ese análisis ha sido ya diez veces formulado. Habrá que asumirlo en sus más duras coordenadas y decidirse a comenzar a construir de nuevo.

Harán falta dos cosas: un proyecto social y político y una nueva organización funcional a esa iniciativa.

El proyecto está escrito, pero en medio de la vorágine superficial de los últimos años, ni los democrataindependientes ni los renovados le han dado una oportunidad. Está en la parte final del notable libro de Sebastián Burr, pero ya se sabe que en los partidos de la Alianza lo más que se lee son los sesudos comentarios publicados en las redes antisociales y una que otra encuesta.

En todo caso, el proyecto está. No es solo un programa presidencial, sino más bien una gran formulación para la práctica de una recta ordenación social. Pero no basta con un proyecto. Porque si no hay un cambio radical en las organizaciones, esas ideas nunca llegarán a medirse con sus contrapartes socialistas y, por lo tanto, nunca podrán demostrar su superioridad.

Hace falta, con carácter de todo o nada, reformular las agrupaciones políticas hoy existentes. La situación nacional a partir de marzo va a ayudar: serán tan dañinas las medidas gubernamentales y tan extremas las presiones de la calle, que el actual agotamiento de los dos partidos de la Alianza simplemente va a transformarse en decrepitud: no van a poder reaccionar con eficacia. No porque estén integrados por una manga de ineptos —ya que permanece en ellos aún alguna gente buena—, sino porque la confianza en sus capacidades ha sido minada al extremo y no podrán contar con una adhesión significativa de tantos patriotas que buscarán nuevos modos de proteger a Chile.

Una gran Convención: solo por ahí se comienza a dar la señal correcta. En mayo próximo, en un lugar en el que quepan muchos miles de personas libremente inscritas y durante dos días completos, con una logística seria (no de esas parafernálicas al estilo convencional yanqui), tienen que reunirse todos los patriotas para oír simplemente esta propuesta: los dos actuales partidos se disuelven, tres nuevas entidades —una liberal, una socialcristiana y una humanista-conservadora— se configuran de acuerdo con una trilogía de principios propuestos por parte de una comisión de 15 notables (cinco de cada partido actual y cinco independientes), que habrían trabajado desde enero en esa iniciativa.

Cada asistente firma en alguna de las tres opciones, después de que lo hayan hecho los parlamentarios, los alcaldes y los concejales, y de que se haya comunicado ese resultado. Si no le gusta ninguna, problema suyo, pero no podrá quejarse de que todo haya seguido igual. Y después, a buscar las demás firmas.

¿Y por qué tienen que disolverse los dos partidos actuales?

Primero, porque dentro de ambos hay un gran totum revolutum, por lo que apenas representan ya una doctrina, una historia o una mística; porque no atraen como nuevos militantes sino a clientelas mediocres e indisciplinadas, mientras pierden a algunas de sus mejores figuras, hastiadas de tanta claudicación.

Segundo, porque ya hay suficientes fuerzas que buscan abrirse paso por sus costados y que, en cuanto sea derogado el binominal, fraccionarán aún más las opciones para enfrentar a la izquierda.

Y tercero, porque existen miles de DC que vagan errantes, buscando una opción que no los obligue al adulterio político.

¿Suficiente, o es mejor seguir apostando al 33%?


Miércoles 04 de diciembre de 2013
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