¿Un acuerdo en educación?
Posted by Blogger on 9:21 PM
Los acuerdos que afectan al bolsillo pueden ser mejores o peores, porque
de las platas nadie vive o muere, con ellas nadie es definitivamente
feliz o mortalmente triste.
Pero los acuerdos que afectan al núcleo de la existencia humana, a su dignidad y destino, esos sí que son radicalmente buenos o perversos; son unos o ceros; son un sí o un no.
Por eso es que no debe propiciarse un acuerdo respecto del paupérrimo proyecto gubernamental en materias educacionales. Si alguna convicción queda aún en los políticos partidarios de una sociedad libre y responsable, no pueden prestarse para transar en aquello que toca la fibra más íntima de la existencia humana.
Hay una cadena, un ADN -y que solo comparten los individuos de esta especie privilegiada- que va de la vida a la familia (y de la familia a la vida) y que tiene por eslabón continuo, a lo largo de toda la espiral genética, a la educación. Ahí se juega la historia de cada individuo, ahí se posibilita que cada uno decida quién quiere ser, cómo quiere ser, para qué quiere ser.
El dilema es, entonces, si los padres tienen derecho a abrir y transitar los caminos para que cada hijo llegue a su plenitud, o si es el Estado el que determina cómo se recorre el sendero de la vida. Son tan incompatibles estas dos visiones que no hay acuerdo posible entre ellas.
Y, sin duda alguna, el proyecto Bachelet-Eyzaguirre discurre a lo largo de las segundas coordenadas.
Impedirles a los padres que destinen parte de sus ingresos a pagar mejor a los profesores; imponerles cuotas de diversidades artificiales, como si no fueran ya muy distintas las realidades en las salas de clases; en fin, obligar a personas comunes y corrientes a prestar un servicio educacional sin poder lucrar para vivir como quieran, es simplemente el contenido de un proyecto inaceptable para la dignidad humana. Sobre esas cuestiones básicas no puede haber acuerdo alguno, porque si lo hubiera, sería rendición. Más al fondo no queda nada, esto es lo decisivo.
Dicen que los acuerdos han favorecido siempre a la derecha. Los comunistas lo vuelven a afirmar en sus papelógrafos: "Cuando se transa con la derecha, es la derecha la que gana". Magnífica manera de generar dos efectos igualmente perversos en "los de acá": Algunos creen que efectivamente imponen vetos de minoría y tienden a ponerse cariñositos con su contraparte, por lo que ceden en casi todo; otros se creen el cuento comunista, y llegan a acuerdos lamentables, seguros de que han ganado, cuando en realidad la derrota ha sido total. Unos y otros podrían llegar a firmar papeles a lo Chamberlain, sintiéndose felices del logro, para comprobar poco después que su debilidad ha permitido la guerra mundial.
Porque desde 1990 -de modo análogo a cómo le abrieron las compuertas a Hitler desde 1933- los demócratas han ido haciendo posible que todas las fronteras cambien. A veces ha sido en las periferias, pero cuando colaboraron al divorcio, ya estaban dejando que el monstruo totalitario entrara en sus casas. Ahora les queda entregarle las habitaciones más íntimas: la vida y la educación.
Y como el proyecto en discusión es solo el comienzo de las aspiraciones izquierdistas en la enseñanza, una vez que cedan a la primera, les harán siete goles, cuatro en seis minutos.
Para los parlamentarios de la DC, la UDI y RN, esta vez el desafío es terminal. Si no se niegan a los acuerdos disolventes a que serán convocados, experimentarán el repudio explícito de la comunidad educacional libre: de los padres y de los gestores, de los profesores y de los alumnos. Si transan en estas materias, chao, se acabó, no podrán mirar de frente nunca más a ninguno de sus electores. Desaparecerán. Como Chamberlain.
Pero los acuerdos que afectan al núcleo de la existencia humana, a su dignidad y destino, esos sí que son radicalmente buenos o perversos; son unos o ceros; son un sí o un no.
Por eso es que no debe propiciarse un acuerdo respecto del paupérrimo proyecto gubernamental en materias educacionales. Si alguna convicción queda aún en los políticos partidarios de una sociedad libre y responsable, no pueden prestarse para transar en aquello que toca la fibra más íntima de la existencia humana.
Hay una cadena, un ADN -y que solo comparten los individuos de esta especie privilegiada- que va de la vida a la familia (y de la familia a la vida) y que tiene por eslabón continuo, a lo largo de toda la espiral genética, a la educación. Ahí se juega la historia de cada individuo, ahí se posibilita que cada uno decida quién quiere ser, cómo quiere ser, para qué quiere ser.
El dilema es, entonces, si los padres tienen derecho a abrir y transitar los caminos para que cada hijo llegue a su plenitud, o si es el Estado el que determina cómo se recorre el sendero de la vida. Son tan incompatibles estas dos visiones que no hay acuerdo posible entre ellas.
Y, sin duda alguna, el proyecto Bachelet-Eyzaguirre discurre a lo largo de las segundas coordenadas.
Impedirles a los padres que destinen parte de sus ingresos a pagar mejor a los profesores; imponerles cuotas de diversidades artificiales, como si no fueran ya muy distintas las realidades en las salas de clases; en fin, obligar a personas comunes y corrientes a prestar un servicio educacional sin poder lucrar para vivir como quieran, es simplemente el contenido de un proyecto inaceptable para la dignidad humana. Sobre esas cuestiones básicas no puede haber acuerdo alguno, porque si lo hubiera, sería rendición. Más al fondo no queda nada, esto es lo decisivo.
Dicen que los acuerdos han favorecido siempre a la derecha. Los comunistas lo vuelven a afirmar en sus papelógrafos: "Cuando se transa con la derecha, es la derecha la que gana". Magnífica manera de generar dos efectos igualmente perversos en "los de acá": Algunos creen que efectivamente imponen vetos de minoría y tienden a ponerse cariñositos con su contraparte, por lo que ceden en casi todo; otros se creen el cuento comunista, y llegan a acuerdos lamentables, seguros de que han ganado, cuando en realidad la derrota ha sido total. Unos y otros podrían llegar a firmar papeles a lo Chamberlain, sintiéndose felices del logro, para comprobar poco después que su debilidad ha permitido la guerra mundial.
Porque desde 1990 -de modo análogo a cómo le abrieron las compuertas a Hitler desde 1933- los demócratas han ido haciendo posible que todas las fronteras cambien. A veces ha sido en las periferias, pero cuando colaboraron al divorcio, ya estaban dejando que el monstruo totalitario entrara en sus casas. Ahora les queda entregarle las habitaciones más íntimas: la vida y la educación.
Y como el proyecto en discusión es solo el comienzo de las aspiraciones izquierdistas en la enseñanza, una vez que cedan a la primera, les harán siete goles, cuatro en seis minutos.
Para los parlamentarios de la DC, la UDI y RN, esta vez el desafío es terminal. Si no se niegan a los acuerdos disolventes a que serán convocados, experimentarán el repudio explícito de la comunidad educacional libre: de los padres y de los gestores, de los profesores y de los alumnos. Si transan en estas materias, chao, se acabó, no podrán mirar de frente nunca más a ninguno de sus electores. Desaparecerán. Como Chamberlain.
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