Gratuidad y deuda

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Piden educación gratuita siempre y para todos.

Pero la gratuidad absoluta -en cualquier orden de cosas-  no es sólo inconveniente, sino una quimera irrealizable. La gratuidad es posible sólo parcialmente y prudencialmente.

Cuando Benedicto XVI la propone, lo hace mediante una afirmación parcial y muy cuidadosa: "En las relaciones mercantiles el principio de gratuidad y la lógica del don, pueden y deben tener espacio en la actividad económica ordinaria,"  afirma en el nº 36 de Caritas in Veritate.

La gratuidad absoluta es un propósito infantil, propio de quienes nada saben de planes ni de esfuerzos, porque desde la cuna mamaron y hasta la adolescencia estiraron la mano.

¿Cómo podrían aceptar en sus vidas universitarias la relación esfuerzo-logro si han estado acostumbrados al vínculo petición-respuesta?

¿Cómo podrían entender la lógica de la deuda-resultado a largo plazo, si han estado acostumbrados  a la mecánica de la exigencia-satisfacción inmediatas?

Al llegar a la educación superior o después a sus primeras entrevistas de trabajo, han comenzado a comprobar que esa ficción   -la verdadera burbuja en que han vivido los sectores medios y altos-   se rompe: todo cuesta, todo tiene un valor, todo tiene un precio, actual o futuro.

Las notas no son gratis; el puesto laboral no te lo regalan; el sueldo o los honorarios se obtienen con el sudor de la frente, no con la mano estirada.

La intuición y la práctica de esas durezas es justamente la razón última por la que se pide la gratuidad: porque hay que tratar de prolongar la adolescencia como un estado lo más extendido posible. Eso  -vale la pena recordarlo- lo pide justamente la generación canguro, la que tampoco quiere pagar para formar una familia y se queda en casitaŠ gratis.

Benedicto XVI sigue con el tema en el nº 39 de la Encíclica: "El mercado de la gratuidad no existe y las actitudes gratuitas no se pueden prescribir por ley. Sin embargo, tanto el mercado como la política tienen necesidad de personas abiertas al don recíproco."

Si la gratuidad es para el bien, es porque es donación voluntaria; si la gratuidad es obligatoria, deja de ser buena, se transforma en causa de nuevas mediocridades, de nuevos infantilismos.

Quien se sienta beneficiario universal de la gratuidad, por cierto olvidará la permanente condición humana de deudor. Tengo derecho a todo; a nadie debo nada.

En ese esquema, un Dios  que se donó por Amor (y no por obligación) es absurdo, En esas coordenadas, los verdaderos acreedores somos siempre los pobrecitos mortales. O sea, los nuevos dioses.

Gonzalo Rojas Sánchez
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